sábado, 19 de abril de 2014

De dicotomías y conflictos


Ahora que ya pasa casi un año desde que comencé la residencia de Medicina Preventiva y Salud Pública, quiero compartir un pensamiento que me ha venido varias veces a lo largo de este año.

Me da la sensación de qué los médicos (ya ni siquiera hablo de otras disciplinas) que hacemos algo relacionado con la Epidemiología vivimos en una constante justificación de la importancia de nuestro trabajo o de la buena investigación ante el clínico. De hecho, los clínicos, con gran parte de razón observan a las personas al "otro lado" como una amenaza para su actividad clínica, que ponen trabas para poder tener unos datos que sirven sólo para satisfacer una necesidad (impuesta) de publicar papers e ir a congresos. Por otro lado, desde la Epidemiología se observa a los clínicos como unos "ignorantes científicos", y como unos médicos llenos de ego que no quieren ver más allá de la lista de pacientes de su consulta. Estos roles por suerte no son generalizados, pero (y sin cuantificar) están ahí.

Si no queremos vivir en una dicotomía constante, y que alimentemos conflictos que no deberían existir, es necesario no que nos justifiquemos, si no que aprendamos de las diferentes visiones. Para ello, y desde el punto de vista de los epidemiólogos, tenemos que tener claro qué es lo que hacemos, las limitaciones de la epidemiología como aproximación de la realidad, y las consecuencias de la investigación.

Sin dármelas de epistemiólogo, os dejo con un texto sobre filosofía de la ciencia del libro de Luis Carlos Silva "La investigación biomédica y sus laberintos".

En el primer nivel se halla la ontología, que se ocupa de determinar cuáles son los objetivos que realmente existen en el mundo que nos rodea. La energía que pudieran liberar o transformar determinadas maniobras terapéuticas, tales como la "imposición de manos" o la "moxibustión", por ejemplo, empieza por ofrecer un problema ontológico, ya que si tal energía no pudiera ser registrada o medida, a la par que su presunta existencia careciera de fundamento racional, entonces sobrarían motivos para sospechar que no existe. (...)
La epistemología por su parte estudia los procesos según los cuales el ser humano obtiene el conocimiento de la verdad sobre ese mundo existente, así como el modo de evaluar la fiabilidad de dicho conocimiento. Repárese en el carácter jerárquico arriba mencionado: ¿qué sentido pudiera tener el estudio de la posible influencia fisiológica de una energía inexistente? En tal caso, su estudio operaría en el vacío.
Otro nivel, sin embargo, concierne a la sociología del conocimiento, que atañe al grado en que las verdades conocidas o susceptibles de serlo (incluyendo presuntas verdades, y hasta aquellos conocimientos que se sabe que son falsos) están influidas o determinadas, en un contexto social dado, por factores políticos, culturales, socio-económicos, e ideológicos. Consecuentemente, es una esfera cuyo examen convoca, entre otros, a sociólogos, historiadores, comunicadores, economistas, juristas y filósofos. 
En el nivel menos primario, finalmente, se halla la ética de la investigación, que abaca a su vez dos niveles operativos: el individual y el social; con base en ella, el científico o el tecnólogo elige qué tema de investigación debe abordar o rechazar, y cómo hacerlo; las estructuras sociales por su parte, la tendrán en cuenta para establecer qué tipo de investigación debe ser socialmente estimulada o financiada, y cuál debería ser desmayada, gravada o prohibida. 

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